18 jul 2011

Los ruidos del bosque.

Los Ruidos del Bosque.
Por Julián Lucena Fuentes.
De mi Diario, en la acampada de Semana Santa en la Vall d’en Bas.

14 de Abril de 1995. “Viernes Santo”
Estamos desde ayer por la tarde, acampados a “Can Planas” a la Vall d’en Bas.
Llegamos a las seis y media de la tarde, con la furgoneta cargada a tope y el remolque de la tienda “Comanche”. ………
……. Esta noche pasada hemos pasado frío, porque durante el día hace calor, pero por las noches caen unas pelonas que es demasiado!!.
Hace un rato, he venido de dar un paseo. He subido solo por el río arriba, que baja poca agua y se puede pasar bastante bien. Como hace calor, por el río se va muy fresquito y además hay unas gorgas de tanto en tanto que son preciosas.
Yendo solo y despacio puedes ver ranas, peces pequeños, libélulas y toda clase de animales en su hábitat natural. En los sitios que el agua está parada, en su superficie se puede ver como una película muy fina de grasa o jabón, fruto de lavar platos, bañarse la gente y otras porquerías que hacemos los que venimos a acampar, como nosotros. Así que los animales estos que viven aquí, en su hábitat natural, deben estar contentísimos de que lleguen estos días de vacaciones para nosotros.
Antes de salir del río, he estado observando un recodo de agua, donde había unas ranas que se han escondido bajo el agua en cuanto me han sentido. Me he sentado en una piedra, a una distancia prudente y he permanecido quieto, sin moverme para ver si salían de nuevo para observarlas mejor. Llevaba mucho rato sin moverme y no salían. Hasta me he puesto la gorra del revés, por si fuera verdad que se pueden engañar, como les decimos a los niños. Nada, ni por esas! Después de un buen rato, una ha sacado la cabeza de entre las piedras, pero no se ha atrevido a salir a pesar de que yo, ni respiraba.
Cuando he salido del río, me he adentrado en el bosque por un camino y cuando llevaba unos diez minutos caminando, he salido del mismo por entre los árboles y me he sentado en un margen de hierba un rato, escuchando los ruidos del bosque y disfrutando de lo que se puede pensar y tratando de entender o imaginar la vida de la cantidad de seres vivos que presentía a mi alrededor. La sensación es maravillosa: Solo se escucha el canto de los pájaros, alguna lagartija huyendo, el ruido de la brisa contra las ramas de los árboles. Cuanto más agudizaba el oído, más ruidos pequeños escuchaba, hasta una araña pequeña que trepaba por una hoja de pino cerca de mi cabeza, me parecía escuchar sus pasos de ocho patas,  ya casi no respiraba para poder oír mejor esos ruidos que yo describiría como el sonido del silencio.
Cuando más ensimismado estaba, sentí los pasos de unas personas a lo lejos. Debía ser alguien que subía por el mismo camino que yo había dejado antes. Eran dos caminantes, que como yo, subían charlando tranquilamente. Dos personas, que como yo, se considerarían ecológicas, amantes de la naturaleza. Yo que estaba en ese momento en otro universo, sus pisadas me parecieron el ruido que debían hacer dos tanques de guerra que venían a arrasar aquel universo en que yo había entrado, tan solo unos minutos. Me levanté mal humorado por tan estúpida interrupción y salí al camino de nuevo, pisando fuerte las hojarascas y ramas secas, eran dos chicos que iban de excursión y al verme me saludaron cortésmente con una sonrisa. Entonces pensé que el ruido de mis pisadas era más molesto incluso que el de aquellos dos chicos.
Ya de regreso, imaginé lo que deben pensar los animales pequeños del bosque, de  los hombres, si es que pueden pensar algo. Desde luego si no pueden pensar, sentir seguro que si sienten. Yo creo que sienten miedo y no es agradable que a uno le tengan miedo. Camino abajo, empecé a pensar, ¿Qué sentirían aquellos animalillos al escuchar una moto, o un 4x4 por una pista forestal, o un grupo de excavadoras abriendo una carretera nueva en un bosque o una selva?.
Ante estos pensamientos, no hay más remedio que cuestionarse ciertos conceptos, como son: ¡Inteligencia-Instinto!, ¡Civilizados-Salvajes!, ¡Personas-Animales!, ¡Cuerdos-Locos!. En este punto, me he acordado del caminante aquel que estuvo unos años dando vueltas entre Sant Feliu, Girona, La Bisbal, Sant Feliu….. ¡Todos decíamos que estaba loco!, claro frente a la idea de ir a Girona en media hora con el Mitsubishi, o a Barcelona en una hora…
Yo creo que no estoy loco, porque prefiero el Mitsubishi, pero después de cuestionar estos conceptos!. ¿Tal vez las cosas no sean lo que parecen?....

6 jul 2011

LECHEBURRA


S. Feliu de Guíxols, a 4 de Abril de 2010.
Julián Lucena Fuentes

EL CUENTO DE “LECHEBURRA”.-

Este cuento me lo contaba mi padre hace muchos años. Mi abuelo también lo contaba, por lo que deduzco, que debe venir de Tózar o alrededores.

Erase una vez, un niño llamado Juanito que vivía en una aldea cerca del rio, que estaba muy triste porque los otros niños en el colegio le llamaban (Lecheburra) y se reían de él.
Su familia era muy pobre y al parecer, cuando nació, su madre no podía darle el pecho para amamantarlo porque como comía tan poco no tenía teta suficiente. No tenían vaca, ni cabras, ni dinero. Solo tenían una burra que su padre utilizaba para traer leña del bosque y en su casa la ordeñaban y le daban al niño la leche y así creció sano y fuerte.
Cuando empezó el colegio, los otros niños que sabían esto y que a esa edad suelen ser muy crueles, le pusieron de apodo Lecheburra y se reían de él.
Al volver del colegio un día llorando , le dijo a su madre. – “Estoy harto de aguantar esto, un día voy a marcharme para siempre de este lugar!!!”.
Dicho y hecho!, aquella noche hizo un hatillo con una camisa y un pantalón, cogió algo de comida y un palo al que ató el hatillo  y se puso en camino por el bosque a buscar nuevos lugares adonde no supieran de su vida anterior.
QUIEBRACADENAS:

Andando por el camino del bosque, se encontró de repente con un perro muy grande y se asustó mucho, pero lejos de amenazarlo ni morderle, el perro le habló y empezó a caminar a su lado. Le preguntó que ¿a donde se dirigía y como se llamaba?- Juan, me llamo y boy a buscar aventuras.
El perro le dijo que él se llamaba Quiebracadenas porque desde pequeño lo tenían atado con una cadena en la puerta de un cortijo y le echaban de comer en una lata y le daban de palos. Con el tiempo, el cachorro se fue convirtiendo en un perro muy grande y fuerte, pero nadie se dio cuenta de su fuerza, hasta que un día cuando el dueño del cortijo le fue a dar un palo, el perro se reveló, de un tirón rompió la cadena y le mordió al que siempre le pegaba con el palo al tiempo que huía por fin libre al bosque. Desde entonces sus amigos del bosque le llamaban Quiebracadenas y todos lo admiraban y respetabanComo Quiebracadenas fue tan sincero con él y le habló como un amigo, Juanito se sintió en la necesidad de contarle toda su historia, porqué se marchó de su aldea, así como lo de que le llamaban Lecheburra.
Quiebracadenas le dijo entonces que a él le gustaba más el nombre de Lecheburra que Juan y además es muy digno y que no debía sentirse ofendido. -Si no te importa, yo prefiero llamarte así.
-Ahora tengo que dejarte, pero si en algún momento estuvieras en peligro, grita mi nombre y yo acudiré de inmediato a ayudarte.

QUEBRANTAHUESOS:

Continuó Lecheburra caminando por el sendero del bosque, cuando al poco rato en un recodo del camino, se tropezó con otro perro tan grande o más que Quiebracadenas y que también le preguntó ¿a donde iba y como se llamaba?.
Ahora ya directamente le dijo con orgullo que se llamaba Lecheburra y que quería vivir aventuras en el bosque. También le contó su breve historia y le preguntó al perro, ¿Cómo se llamaba él?.
El otro le contestó que su nombre era Quebrantahuesos y también le contó la historia de su vida: - Yo vivía con mi familia, cerca del bosque, mi padre y mi madre eran dos perros viejos y flacos y tenía otro hermano que aún era cachorro al que le encantaba jugar conmigo. Yo buscaba el sustento de toda la familia cazando en el bosque. Un día cuando volvía de cazar, sentí tres tiros de escopeta y corrí hasta donde vivíamos, pudiendo ver como dos desalmados proscritos que acababan de robar en la Aldea, cuando huían se tropezaron con los perros que les ladraban y les dispararon sin contemplaciones, matándolos a los tres. Cuando llegué, aún estaban agonizando. Corrí tras los forajidos y les alcancé en el recodo siguiente. Sin ladrar para que no me escucharan, salté sobre ellos y les di tal paliza que les rompí todos los huesos del cuerpo y los dejé muertos en el camino. Desde entonces, vivo en el bosque y los animales que vieron lo que hice, me llaman Quebrantahuesos. (Sería gracioso que muchos años después, una carrera multitudinaria de bicicletas de montaña, en el norte del país, le hubieran puesto el nombre de este valiente perro, “La Quebrantahuesos”).
Cuando terminó la historia de su vida, le dijo también que se tenía que marchar, pero si alguna vez tenía algún problema, solo debía gritar su nombre y él acudiría rápidamente a socorrerle.

VENCELOTÓ:

Siguió caminando Lecheburra, orgulloso de haber conocido a tan buenos amigos, cuando alguien se le acercó por su espalda, poniéndose a caminar a su lado. Era otro perro más grande y fuerte que los otros dos y que también hablaba.
Después de las presentaciones, que más o menos fueron igual a los dos casos anteriores, Lecheburra le preguntó ¿cuál era el motivo de su nombre?, “Vencelotó” tampoco era un nombre muy corriente para un perro!
Entonces el perro con la mirada un tanto triste, comenzó a explicarle su vida. Él no recordaba a sus padres, y su nombre, no siempre había sido este, pues de pequeño vivía con una familia de campesinos de una huerta en la ribera, que tenían un hijo pequeño llamado Segundo y que tenía una cabeza demasiado grande para la proporción de su cuerpo. Sus ojos muy negros y redondos, también eran demasiado grandes y parecía que siempre estuviera espantado. La relación del niño con su padre era mala, pues era muy rebelde y no quería asistir al colegio, prefería ir al bosque con su cachorro “Canuto”, a jugar o a bañarse en el río.
Tampoco hacia los trabajos que le mandaba y cuando su padre volvía del pueblo de vender las verduras y hortalizas, de donde siempre volvía borracho y veía que Segundo no había hecho los trabajos que le ordenaba, la emprendía a palos con él y en ocasiones, antes de marcharse, lo ataba con una cadena que tenía en un árbol a la puerta de la casa y que había sido de una perra blanca muy vieja, (Lora) así se llamaba la desdichada a la que mató de un tiro “El Tángano” el padre de Segundo, porque ya no ladraba y no guardaba la casa.
La madre del niño, Encarnación a la que su marido maltrataba, sobre todo cuando estaba borracho, sí quería con locura a su hijo y sufría lo indecible cuando veía los escarnios que su marido le infringía. Lo de atarlo como un perro al árbol de la puerta era lo que más le dolía, pero no podía hacer nada, porque una vez que ella lo desató, cuando él volvió le dio tal paliza que casi la mata, amenazándole con la navaja de gancho que tenía en el bolsillo que si lo volvía a hacer, le cortaría el cuello.
Cuando venía borracho del pueblo, su mujer le ponía la mesa para que comiera: “Picaillo, Zarmorejo u Olla”, que era la comida de los pobres en las huertas. Entonces él le hacía subirse a la otra punta de la mesa y la obligaba a cantarle y bailarle la canción de (Tani, Tani que mi Tani.------). Por eso a Encarnación le llamaban en la Ribera, “La Tángana” y a su marido “El Tángano”, que en realidad se llamaba Segundo.
Pasaron los meses y el perro pequeño que jugaba con Segundo, creció rápido se convirtió en un can grande y fuerte. Entonces el Tángano lo ató al árbol de la puerta y allí lo mantuvo todo el tiempo para que guardara la casa. Segundo que tenía prohibido por su padre, des-atarlo o jugar con él, estaba muy triste y aumentaba su odio hacia su borracho progenitor.
Un día del mes de Abril que el padre estaba fuera, el río venía muy crecido por el deshielo de Sierra Nevada y Segundo estaba haciendo los trabajos que su padre le había mandado, cuando vio unos  bidones de chapa nuevos que los arrastraba la riada. Uno de estos bidones, se arremolinó en un cantero de la huerta que había estado sembrado de tomates y Segundo con un palo intentó arrimarlo a la orilla para recuperar lo, pues tenían toda la pinta de ser de una fábrica de aceite que había en el pueblo, junto al rio y podía tener aceite que les vendría bien a la familia.
La fuerza del agua había socavado la piedra en la que estaba Segundo luchando por arrastrar el bidón y acabó cediendo, cayó el niño al agua y con la fuerza de la caída, arrastró el bidón y su propio cuerpo hacia la corriente. El chaval gritaba socorro, pero su madre estaba dentro de la casa y no lo escuchaba. El perro intentaba zafarse de la cadena o el collar de cuero que lo tenía atado para correr a salvar a su amigo. Finalmente de una fuerte estrabada, cedió la hebilla del collar por fin pudo correr rio abajo, lanzarse al agua y salvar a su amigo, eso sí salieron del rio mucho más abajo y el niño estaba hecho una pena, pues había tragado agua que venía muy turbia por la riada y tardó un poco en recuperarse, cuando llegaron a la casa, encontraron a su padre que salía de ella con los ojos inyectados en sangre, cara de loco y con la escopeta en las manos, Segundo que adivinó lo que había ocurrido, rodeó a su padre para entrar en la casa y socorrer a su madre. Entonces su padre le dio una patada, lo lanzó hacia el árbol y le pegó un tiro que le atravesó el pecho por la espalda. El perro se lanzó al cuello del hombre, clavándole una dentellada en la garganta y sacudiendo con fiereza la cabeza, le sesgó la yugular. Aún tuvo tiempo de hacer otro disparo que de milagro no hirió al perro Canuto. Cuando el perro se acercó al chico, llorando como solo saben llorar los perros, Segundo aún agonizaba con sus enormes ojos muy abiertos susurrando el nombre de su madre, el perro le lamió la cara y poco a poco, el niño fue cerrando los ojos hasta quedarse dormido en el sueño de los justos.
Por el camino se escuchaba venir a los vecinos corriendo que habían escuchado los disparos y se temían lo peor. Entonces el perro pensó que era hora de abandonar el hogar que había conocido hasta ahora y tan malos recuerdos le traerían.
 Bajó por la orilla del rio y estuvo algunos días vagando desperdigado y sin nada que comer, pues aunque en la huerta del Tángano lo trataban mal, la comida nunca le faltaba. Por fin llegó a un lugar donde había muchas gallinas y conejos que estaban todos encerrados, como tenía mucha hambre, rompió una tela metálica y cogió un conejo y se lo llevó detrás de unos matorrales a comérselo. El encargado del cortijo que vio como se le escapaban los conejos uno a uno, tapó rápidamente el agujero que había hecho el perro y se fue a por la escopeta para ajustarle las cuentas al bicho desalmado que le había provocado semejante estropicio. Lo encontró detrás de un chaparro comiéndose el conejo y cuando el perro le vio echó a correr como alma que
lleva el diablo, le pegó dos tiros de balines, y lo hirió pero siguió corriendo cojeando. Así estuvo unos días mal herido y hambriento y poco a poco volvió otra vez a la ribera y no encontrando que comer, se tumbó debajo de un albarillo, (albaricoque) a esperar la muerte. Los frutos del árbol, cuando estaban muy maduros, se caían solos y tal si fuera Newton, vete aquí que le calló un albarillo en la cabeza. Aunque la fruta no es la comida más apropiada para un perro, como tenía tanta hambre, se lo comió y como no lo debió encontrar tan malo buscó alrededor y encontró más, y también se los comió. La escena la observaron dos niños que estaban labrando tomates en la huerta de en medio, que era donde estaba la Noria grande y que suministraba agua de riego a las 9 huertas del Rabanal. Se acercaron al perro que estaba tan débil que ni siquiera hizo por levantarse. Le curaron las heridas con vinagre y le dieron parte de su merienda para que comiera.

Así fue como el perro se repuso y volvió a coger el lustre y esplendor que tenía antes del problema con el encargado del cortijo Baena, que lo habían convertido en una granja moderna de animales.
Los niños se quedaron el perro, jugaban con él y lo llevaban a todos los sitios, especialmente el mayor que se llamaba Andrés y que ya trabajaba en el cortijo Baena, ayudando en la granja y regando maíces, o recogiendo hortalizas. Cuando iba al trabajo en bicicleta, el perro que siempre lo acompañaba, se quedaba atrás, a una prudente distancia y Andrés nunca supo porqué no quería llegar con él al cortijo. El perro no pasaba del pozo que había a la salida de la ribera. Eso sí, cuando volvía, lo encontraba allí esperándolo y se volvía loco de contento al verlo. Andrés se lo comentó a su hermano pequeño y este le dijo:
-“Quizá tenga miedo de pasar el trasconeo”.
Un desfiladero que había después del pozo, donde el camino se estrechaba y tenía varias curvas peligrosas, quedando a la izquierda un precipicio bastante alto que daba a un recodo del rio donde se arremolinaban las aguas y que, a Julio siempre le daba miedo pasar.
Andrés le dijo que eso era una tontería.
-“Como le iba a dar miedo a ese perro de aquello?. Al que le da miedo el trasconeo es a ti!!”.
Le dijo riendo y dándole una colleja.
Andrés tenía amigos más grandes que él, que salían por la noche y siempre se llevaban al perro. Un día su amigo Jesús le dijo:
-“Escúchame bien, vengo de buscar varetes pa les cabres y Rabanilla ma dicho que hasen unas peleas de perros en Puerto Alegre, donde se hasen apuestes, y yo juraría que si presentamos el tuyo con lo fuerte que es, podríamos ganar unas buenes perres!”.
Aquella noche, fueron a la casa, un tanto retirada de la aldea, donde celebraban la pelea. Como la casa estaba retirada del camino por donde solía pasar la Guardia Civil, era una casa donde no vivía nadie y además montaban una guardia que vigilaba si venían los Civiles, así podían tranquilamente, hacer esta actividad ilegal, con impunidad.
La noche fue un éxito total para Andrés y su perro, pues uno a uno, fue tumbando a los cinco rivales, más grandes que él y más adiestrados para esas peleas, que aunque no llegaban a la muerte del perro rival, en numerosas ocasiones, muchos de estos perros quedaban mal heridos y acababan muriendo. Como el nuevo perro no lo habían adiestrado, para parar a tiempo, Jesús y Andrés, tenían que emplearse a fondo para sujetarlo cuando ya había vencido al rival porque si no, lo mataba. Tal era la agresividad que tenía el nuevo perro. Andrés y Jesús se discutieron por el camino, por el botín, 60 pesetas.
- “12 pesetes por perro vensido, 30 para cada uno”.
- dijo Jesús contento y autoritario. Andrés, que estaba eufórico, le contestó.
-“Partimos a tres partes y una es para el perro, que ha quedado herido y yo lo tengo que curar, 20 pesetas para ti y el resto para nosotros”.
Refunfuñando Jesús se conformó y acabó aceptando, porque entendía que Andrés tenía razón. Además, veía la posibilidad de ganar más dinero en próximas peleas. Aquella noche cuando Andrés y Jesús volvieron con el perro, Julio que no había podido dormir, se levantó, cogió vinagre de la cocina, se fueron al corral de detrás de la casa y mientras lo curaban, le contaron lo que había hecho el Perro!. Mientras Jesús iba explicando lo que ocurrió, Andrés lo acariciaba y le susurraba: -“Esque lo jasvencioatós, lo jasvencioatós, lo jasvencioatós!!!”.
Entonces, Julio cayó en la cuenta!.
-“Sabéis que este héroe perruno, aún no tiene ni nombre?. Va, pensemos!, ¿Cómo lo llamaremos?, busquemos un nombre acorde con la gesta que acaba de realizar!”.
Julio, que era el más estudiado del grupo, empezó a ostentar su vanidosa sabiduría y empezó a proponer.
-“Llamémosle Héctor, como el héroe de Troya!, o mejor Aquiles que mató a Héctor!”. 
Jesús se reía y preguntó a Andrés.
- “¡Ojú quillo, que coses me rares lenseñan los cures a tu hermano. A esos tios aquí no los conose ni Dios, ¿como le vamos a poner ese nombre al perro?”.
Julio se enfadó y le dijo a Jesús.
-“Escúchame bien, yo no voy a ningún colegio de curas! Voy al Instituto y estoy estudiando el Bachiller y a esos tíos como tú dices, los conoce todo el mundo que no sea un paleto como tú!!”. Jesús riéndose, le dijo:
-“Bueno hombre no tenfades Sabelotó” y le dio un capón en la cabeza.
Entonces Andrés que había estado ajeno a la disputa de los otros dos, muy serio, se levantó y dijo: -“Ya sé como lo llamaremos!, VENCELOTÓ!!!, ese será su nombre”.
*Las gentes de la Ribera del Genil, además de hablar con las sss, transforman la ultima vocal de las palabras, si es (a), por (e). ¡Así hablaba Jesús!!

En esas estaban Lecheburra y Vencelotó, cuando viendo que ya caía la tarde, porque la historia de este perro era más larga que la de los otros dos. Entonces el perro le dijo al chico que tenía que irse, pero que le había encantado contarle su historia y escuchar la de él, también. - “Si alguna vez estás en peligro, no dudes en gritar mi nombre y yo acudiré a socorrerte inmediatamente”.
Se marchó Vencelotó, y Lecheburra se quedó pensativo y consternado por la historia del perro, sobre todo el principio con el niño Segundo y su trágico fin, que no se le iba de la cabeza, pues se sentía en alguna manera identificado con él.
Caminando por el sendero del bosque, se le hizo de noche a Lecheburra, y empezó a pensar que debía buscar un sitio seguro, donde pasar la noche. A lo lejos le pareció ver un resplandor y pensó que lo más lógico es que fuera una casa. La luz que se veía resplandecer de lejos, era el fuego de una chimenea dentro de la casa, que estaba encendido.
La puerta de la casa, estaba partida por la mitad en dos partes horizontalmente y la hoja de arriba estaba abierta. El niño golpeó la puerta, pero nadie contestó. Entonces llamó, porque pensaba que habría alguien, ya que por la puerta abierta, salía un olor a “olla” como la que preparaba su madre. – “Hay alguien ahí?”. Nadie le contestó y solo se escuchaba el sonido que hacía la lumbre.
Como hacía fresco y la puerta estaba casi abierta, pasó la mano por arriba y corrió la balda que cerraba la hoja de abajo y entró poco a poco, volviendo a gritar si había alguien en la casa. Con la luz de la lumbre, le echó un vistazo a la estancia, única, rectangular, aunque estaba en semi-penumbra. En la chimenea, a la derecha de la puerta de entrada, encima de unas estreves, había un caldero grande con comida cociéndose en el fuego, de donde salía tan buen olor, pero no había nadie en la casa, que era de una sola estancia y tenía una mesa grande de madera, muy vieja, cuatro sillas junto a la mesa y dos, con las patas cortadas para que fueran más bajitas, cerca de la chimenea. Al otro extremo de la estancia, tenían un catre de madera, con un colchón tapado con unas mantas.
Haciendo cávalas sobre quién sería el dueño de aquel puchero estaba Lecheburra, cuando escuchó pasos fuera, de alguien que se acercaba, jadeando y refunfuñando, con un peso considerable. Intentó salir fuera asustado, pero no le dio tiempo, en la misma puerta, se encontró con un gigantón de barbas largas y blancas, que traía un haz de leña, casi más grande que él. Le miró sin inmutarse, entró la leña a la casa, dándole un golpe al niño, que casi le derriba, y comentó con una voz ronca y fuerte al tiempo que tiraba la leña al lado de la chimenea, por detrás de las sillas bajitas. – “Así que hoy tenemos visita!!, ¿quién eres tú, de dónde vienes, y cómo te llamas?, Además, debes tener hambre , supongo?”. El final de esta retahíla lo hizo en un tono menos agresivo y hasta amigablemente. El chico, tartamudeando un poco, le dijo: - “Me llamo Lecheburra, soy de una aldea que hay al otro lado del bosque y me he marchado de casa para buscar aventuras. Ah, y sí tengo hambre, desde que salí esta mañana de casa no he probado bocado”. El gigantón, mientras echaba leña al fuego, de la que había traído, le increpó. - “¿Pero como sales de casa, sin nada que comer, hombre de Dios?”. El chico, enseñándole el hatillo que llevaba en el palo colgado, le contestó. –“No, si llevo comida y me gustaría compartirla contigo, ha sido porque no he tenido tiempo ni de comer, pues hoy he vivido tres aventuras estupendas”. El hombre sacó de una alacena que había junto a la chimenea, dos cuencos grandes de madera, dos cucharas de palo y un trozo de pan, que a juzgar por lo que le costó partirlo en dos, debía tener una semana como mínimo. Lo puso encima de la mesa e invitó al niño a cenar, mientras le decía. – “A mí me llaman “Ollafría”. Porque mañana, cojo esas calabazas huecas que ves ahí, las lleno de olla de ese caldero, y me voy al bosque a ayudar a mis amigos, los animales. Donde me viene hambre, me como la olla de una calabaza. Así hasta que se me acaban. Hay veces que me paso cuatro o cinco días fuera de la casa”.
Entonces el chico le preguntó con un poco de malicia, o intriga, mas bien. – “¿Tu puedes hablar con los animales?”. Ollafría, que sospechaba que el chico era buena gente y le caía bien, y al decirle que había tenido tres aventuras en el bosque, le contestó a la pregunta abiertamente. – “Mira Lecheburra, los animales solo hablan con las personas que son buenas y les quieren bien. Yo hace tiempo que me aparté de la gente, porque me trataban mal. Vivía en un cortijo cerca de Montefrío y tenía una esposa y una hija pequeña muy guapa. El dueño del cortijo y el Administrador, nos hacían trabajar de sol a sol y no nos daban apenas para comer. Mi mujer enfermó y como no teníamos nada de dinero para llevarla al médico, acabó muriendo, eso que yo le supliqué al Administrador que me ayudara para que la pudiéramos llevar a que la curaran. Me dijo que si no estaba contento con tener trabajo, que me despediría, pues había muchos hombres esperando para trabajar en mi sitio y por menos dinero. No creo que hubiera nadie dispuesto a trabajar por menos, puesto que no me daban nada. Al poco tiempo de morir mi mujer, enfermó también mi hija. Entonces, yo me rebelé contra el sistema, decidí que a mi pequeña no le pasaría como a su madre. Una noche, robé dinero al Administrador, una escopeta del cortijo, un caballo de las cuadras, cogí a mi niña y me la llevaba a la capital para que la curara un buen médico, con la mala fortuna que cuando salíamos de la finca, el Administrador que volvía tarde de una fiesta, nos sorprendió. Yo salí corriendo con el caballo, con mi hija a la grupa. Después de unas leguas de cabalgada, casi nos alcanza y el muy cobarde, disparó por detrás, alcanzando a mi hija e hiriéndola de muerte. Entonces yo paré el caballo, la puse en el suelo llorando, en estas que llegó hasta mi el Administrador, vociferando y amenazándome con que me ahorcaría por lo que había hecho. Yo sin mirarlo siquiera, me levanté despacio, me lancé sobre él, le derribé del caballo y con su propia escopeta, le pegué dos tiros en el pecho.
Cogí a mi niña muerta del suelo y me la llevé al monte para enterrarla en Sierra Morena. A partir de entonces, me hice bandolero (Ollafría), con una cuadrilla que se unieron a mí, robábamos a los ricos, y les repartíamos a los pobres, parte de lo que robábamos. No estuve mucho tiempo de bandolero, pues los civiles nos tendieron una emboscada cuando salimos del cortijo Santa Margarita de un robo grande, porque coincidió que estaba allí el hijo y la mujer del Conde de Cantimpalo, dueño del cortijo, y nos llevábamos mucho dinero, joyas y ropas elegantes. Los civiles nos pillaron entre dos fuegos y mataron a la mayoría de mis compañeros. Solo nos escapamos mi Lugarteniente Juanito y yo. Él llevaba el botín, lo hirieron en la espalda y se le cayó. Como pude lo sostuve en la grupa y nos escapamos a los montes. Los civiles al recuperar el botín integro, tampoco pusieron mucho empeño en perseguirnos. Aquella noche, mi joven compañero Juanito, (Juan Sinmiedo), le llamábamos por su arrojo y valentía, también murió en mis brazos. Le di tierra, en  el mismo lugar que había enterrado a mi hija y decidí dejar aquella vida tan peligrosa y sin sentido que me había llevado a conseguir, que mataran a los que estaban conmigo y no a morir yo, que era el que no tenía nada por lo que vivir. Después de recorrer muchas leguas por el monte, eludiendo los caminos, encontré este bosque y cuando me adentré en él, noté en mi corazón un presentimiento que me hizo cambiar mi actitud de pesimismo. En un cruce del camino, vi un perro grande que me miraba sin agresividad, casi con nobleza para lo enorme que era. Me acerqué a él con recelo, pues no llevaba ni un palo para defenderme, y entonces me dijo. –“Hola! Forastero, te veo cansado y abatido, ¿quieres explicarme tu historia y decirme cómo te llamas?”
- “Lecheburra, no hace falta que me creas, si no quieres, pero así fue como pasó, te lo juro”.
Lecheburra, estaba encantado y consternado por la historia tan bonita y tan triste a la vez, que le estaba contando Ollafría. Le dijo que él también se llamó Juanito, como su Lugarteniente y le contó sus peripecias con sus tres amigos, al llegar por la mañana al bosque.
Aquella noche Ollafría, a Lecheburra, le preparó un camastro cerca del fuego, le dio una manta y se fue a su cama a dormir, al tiempo que lo invitaba para ir al bosque con él al día siguiente. A lo que Lecheburra asintió encantado. No le dio tiempo de pensar mucho en su madre, al hacerse el silencio y meterse bajo la manta, con lo cansado que estaba y el calorcillo de la chimenea, se durmió enseguida.
A la mañana siguiente. Bueno, de madrugada debía ser porque aún era de noche, cuando Ollafría llamó al chico para que se sentara a la mesa con él a desayunar. O Lecheburra dormía como un lirón, u Ollafría había hecho las cosas con sumo cuidado para no despertarle, pues había echado leña al fuego, preparado un café de malta en una olla pequeña con un filtro de trapo y había hecho unas tostadas a las que les estaba untando ajo y aceite. Sobre la mesa, tenía una tabla de madera con tocino de beta, morcilla seca, algún chorizo y revuelto con el embutido, también había higos secos, almendras, sin partir y tres o cuatro nueces.
Lecheburra estaba alucinado, pero el olor del café y ver todo lo que había hecho su anfitrión a su lado, sin que él escuchara ni un ruido, le pareció asombroso y le animó a salir corriendo a lavarse la cara y las manos a una fuente que había en un lado de la entrada a la casa, y unirse a su amigo al desayuno, del que llevaba más de la mitad engullido ya, cuando se sentó a la mesa Lecheburra.
Ollafría le sirvió un café y le dijo. –Como puedes ver, yo no tengo burra, por tanto leche, no podrás desayunar, pero este café no te hará daño, pues solo es pura chicoria.-
Lecheburra se rió y sacó de su hatillo un trozo de queso y lo puso en la tabla. Cuando terminaron de desayunar, ya había amanecido. Mientras Ollafría llenaba calabazas del puchero de la noche anterior, Lecheburra recogía la mesa, guardaba los embutidos que habían sobrado y los frutos secos. Ollafría le dijo que no guardara las nueces ni las almendras, pues se las podían llevar en el zurrón y sacarlos de algún apuro. Cuando estaba retirando el caldero de la chimenea para ir a fregarlo, como le había ordenado Ollafría, escucho un ruido, como de pájaro Loro, en el tejado a través de la chimenea que le decía.-Que tescupo en la olla!!! Cruaccc…. Al principio pensó que eran imaginaciones suyas, pero al poco rato, lo escuchó más claro, -Que tescupo en la olla!!!, ahora sin el Cruaccc.
Se lo comentó a Ollafría, y este con toda naturalidad le dijo que era su amigo Perico, un guacamayo verde, grande y muy viejo que siempre estaba gastándole bromas.
Se asomaron a fuera de la casa, y el pajarraco vino volando a posarse en el hombro de Ollafría al tiempo que le preguntaba.-¿Quién es tu nuevo amigo que no entiende las bromas que nos hacemos los habitantes del bosque?. Ollafría le dijo. –Perico, te presento a Lecheburra, pero su historia prefiero que te la cuente él por el camino, pues yo no aguanto tu rollo de preguntas repetidas que siempre me haces. Anda, dale la paliza a Lecheburra!!!, yo entiendo que la tercera edad pajaril, tiene que ser muy dura, así que venga, pregúntale!, pregúntale!!!. –Pero ¿Qué dices de tercera edad pajaril? Si tú eres más viejo que yo. Además, yo he ido al entierro de todos los que me han dicho eso antes que tú!. Y poniendo tono guacamayil sarasón, les dijo coqueto y disimulando. –Mirad, lo que me ha hecho la hija de la gran… p… de mi sobrina Pericueta, me ha pintado de rojo la uña del dedo medio, de esta pata!!!.
Empezaba a asomar el sol por el horizonte, cuando se pusieron en marcha los tres amigos bien pertrechados de todos los enseres que podían necesitar para pasar tres o cuatro días. Lecheburra le contó a Perico su historia  pero este no tenía mucha cosa que contar a parte de banalidades de pájaro estrafalario. Eso sí, repetía mucho las cosas y preguntaba constantemente. Les contó que cuando era joven, tenía dos amigos que siempre lo invitaban a su casa y querían que se acostara en medio. Ollafría se sorprendió y comentó que hacía tiempo que no le contaba esa historia.
En estas estaban, cuando llegaron a un caserón grande donde Ollafría tenía a unos amigos, a los que solía visitar. Curiosamente, la puerta estaba abierta, picando por las rachas de viento contra la jamba y el contra paño.
-Joaquín, Maruja!!, gritó Ollafría, sujetando la puerta y asomando la cabeza, para ver si podía adivinar que pasaba dentro. Nadie contestó y los tres amigos se empezaron a inquietar. Joaquín y Maruja eran un matrimonio de ancianos que vivían allí hacía muchos años. Tenían dos hijos que se marcharon al extranjero a trabajar, se casaron allí, tuvieron niños, pero nunca vinieron a visitar a los abuelos. Ellos no sabían ni donde estaban sus hijos, pues nunca les escribían ni tampoco querían saber nada de ellos. Maruja solía disculparlos diciendo que en las Américas no había correo. Sabían que sus hijos estaban casados en algún país de América porque, junto con ellos se marcharon unos amigos, y uno de ellos volvió a los quince años y los informó.
Ollafría decidido y preocupado entró en la casa y volvió a llamar, como no contestó nadie, entró a un cuarto del fondo de la casa, donde había una escalera que bajaba al sótano, rápidamente bajó las escaleras que conocía bien y en el sótano, siguió por un pasillo central donde había puertas a lado y lado. En el primer cuarto, no había nada, la siguiente estaba cerrada. Ollafría continua mirando en las otras puertas, mientras Lecheburra intenta forzar la primera puerta, llamando si había alguien, Perico coge un manojo de llaves con el pico de un clavo de la pared y se lo da a Lecheburra, este empieza a probar llaves y por fin abre la puerta. Dentro no había nadie, solo unas cántaras de aceite, sacos de cereales y muchos cachivaches. Con el manojo de llaves, fueron abriendo puertas en las que no encontraron nada y curiosamente, una estaba abierta y había luz en su interior, un candil de aceite, colgaba de un cordel en el centro de la habitación, por el suelo había viandas desperdigadas y embutidos sacados de una olla que estaba tumbada y todo revuelto. Sobre un camastro, había un cuerpo de mujer y Ollafría reconoció inmediatamente a Maruja que parecía muerta, le dio la vuelta al tiempo que la llamaba y vio con espanto que tenía un hacha clavada en el pecho y un charco de sangre en la cama. No cabía duda de que la habían matado.
Inmediatamente, empezó a buscar a Joaquín, temiéndose lo peor. Subió corriendo las escaleras y salió a la calle, rodeando la casa como si fuera una premonición, efectivamente, en un olivo grande que había detrás de la casa, estaba Joaquín colgando por el cuello de una cuerda y con las manos atadas a la espalda. -¡Malditos sean!!!, gritó Ollafría, como si sospechara quién había hecho aquella felonía.
-Perico!, llama a los perros!, ordenó Ollafría. –Realmente sabes quién ha cometido el doble crimen?. Le preguntó Lecheburra.
-Si, dijo Ollafría. –La semana pasada, estaba yo con Quiebracadenas, cuando sentimos discutir a alguien aquí, vinimos corriendo y había dos desalmados, jóvenes y harapientos que amenazaban al matrimonio, que después de darles de comer generosamente, querían robarles. Cuando nos vieron a nosotros, cambiaron de actitud, guardaron una navaja que llevaban, con la que amenazaban al matrimonio y se marcharon corriendo. El perro dijo que había que  estar preparados, porque aquellos desalmados podían volver y hacerles algo a los dos abuelos. Joaquín dijo que no pasaría nada, pues normalmente esa gente va de paso y no creo que quieran volver a encontrarse con vosotros, además, yo tengo una escopeta en algún sitio guardada que tira unos disparos de sal, y como vuelvan, no se van a poder sentar en una semana.
- Ojalá no le hubiéramos hecho caso, pues ahora estarían vivos!.El primer perro que llegó fue Vencelotó y los otros dos, también acudieron rápidamente. Cuando vieron el estropicio, murmuraron algo entre ellos tres, le dijeron a Ollafría que se ocupara de los cadáveres y salieron corriendo los tres juntos en una dirección diferente a la que les trajo aquí, cuando Perico les llamó.
Ollafría descolgó a Joaquín con mucho cuidado y subió el cadáver de Maruja, colocándolo junto al de su marido en una era que había junto al olivo donde encontró a Joaquín colgado. Se fue a buscar un pico y una pala, y empezó a cavar una fosa, sin decir una palabra. Lecheburra, le preguntó si no pensaba dar parte de lo ocurrido a la Guardia Civil?. – Mira Lecheburra, aquí en el bosque no queremos saber nada de los Civiles. Ya estamos escarmentados de la ayuda que dan a las gentes pobres, la ley nos la hacemos nosotros. En este momento, los tres perros están haciendo de Jueces y te aseguro que no querría yo estar en el pellejo de esos mal nacidos!!. Le respondió en tono áspero al chaval, en realidad se sentía culpable de no haber sabido evitar lo que les pasó a sus amigos. Se repetía la constante de su vida, solo morían los que estaban a su alrededor y a él no le ocurría nada. Se dio cuenta de la poca consideración que había demostrado con su joven amigo, dejó de cavar por un momento y le dijo. – Mal día has escogido para empezar tus aventuras, deberías alejarte de mí, pues todos los que están a mi lado, acaban mal, tarde o temprano. Siguió cavando hasta que el hoyo tuvo un metro de profundidad, más o menos. Cogió con delicadeza a Joaquín primero, como si no hiciera ningún esfuerzo y después colocó el cuerpo de Maruja a su lado, Lecheburra corrió a buscar algún trapo para cubrirles la cara, cuando volvió, ya estaba echando paladas de tierra Ollafría. Bajó al hoyo y con unos pañuelos les cubrió el rostro para que no les tocara directamente la tierra en la cara. Ollafría, le ayudó a salir y le pasó la mano por la cabeza con dulzura al chico.
Los tres perros volvieron una hora más tarde y no explicaron nada. Solo dijeron que aquellos dos malditos no harían daño a nadie más. En el hocico, se les notaban restos de sangre a los tres.



Este cuento, no acababa así, y además es la recopilación de dos o tres, “Lecheburra” , “Los tres perros” y una historia de un bandolero de Colomera ó Tózar al que llamaban “Ollafría”. En mi pueblo decían que tenía muy buena puntería. Después de la guerra, iban dos civiles en una moto por la carretera de Alcalá Real, Ollafría estaba apostado en un cerrillo, le disparó a la cabeza al de detrás, se cayó y el conductor no se enteró.

En la historia del perro Vencelotó, la he adornado con vivencias de nuestro perro Canuto, mi hermano Andrés y yo en los años que vivimos en la ribera del Rabanal en Puente Genil y nuestro amigo Jesús Avilés.
Tampoco es cierta la historia de Segundo, aunque el niño si existió, pero no era hijo de los Tánganos. Estos también existieron, pero no de esa manera, solo que el Tángano, cuando venía borracho, le hacía bailar a la mujer la Tani encima de la mesa. También decían que el médico le dijo una vez que dejara de comer jamón, porque le perjudicaba a su delicada salud, y él que era muy terco, cuando salió del médico, compró uno entero y se lo comió todo. Decían que esa noche se murió y que al día siguiente la mujer bailó la Tani.. encima de la mesa, con él de cuerpo presente. Bueno, los andaluces somos exagerados, yo no sé si todo esto fue realmente así.